Todas las profesiones tienen una contradicción que algunos reducen a aquello de “en casa del herrero, cuchillo de palo”. Hay otras, como la mía, que van más de memoria y recuerdos; me explico.
El otro día estuve viendo un rato de la firma de decreto de Trump ante veinte mil energúmenos. No quería hacerlo, pero la curiosidad me pudo.
Vi el escenario, la entrada de familiares y allegados, las masas prorrumpiendo en vítores ante cualquiera que entrase y por fin llegó él. Con paso firme subió y se dispuso a ver el desfile que pasó frente a él, incluida la ropa del bombero que murió el día del atentado. Después, su amigo de X nos deleitó con un par de saludos brazo en alto para finalizar con la exhibición de cada uno de los decretos, donde se cargó a la OMS, el cambio climático, dio puerta a los inmigrantes, borró de un plumazo la nacionalidad de unos cuantos… Y todo esto en medio del entusiasmo popular…
Y preguntarán, ¿y la maldición? Pues que, cuando uno es historiador y aunque piense como yo, que la historia no se repite, pues te vienen rápidamente imágenes a la cabeza. Un estrado patriótico, gentes enfervorecidas, un tipo condenado que ha ganado unas elecciones (como aquel de Alemania de los 30), un desfile con homenaje a un mártir (busquen quién era Horst Wessel) que señala a los culpables de todos los males desde inmigrantes a LGTBI pasando por rojos y demás (el otro selecciono judíos y rojos, luego fue añadiendo). Tiene como jefe de propaganda al de X, que no se corta un pelo con su saludo nazi (Goebbels era un genio de esto). Tiene apoyo de lidercillos que andan más allá de la derecha (aquel lo tenía en Italia, España, Portugal, Austria, …)
En fin, ¿para qué continuar? Vean el reportaje sobre el primer discurso de Hitler tras tomar el poder… Pero, que no les pase como a mí, no se asusten.