Luís Miguel Guerra es profesor, historiador, novelista y secretario de Formación del PSC de Barcelona, así como miembro del Comité de Redacción de l’Endavant!
Nos estamos desayunando últimamente con una serie de declaraciones que, una por una, parecen ocurrencias. Sin embargo, cuando se observa el panorama general, la cuestión puede ser más grave de lo que parece.
La democracia, tal y como la entendemos hoy en día, no es la nacida en Grecia, ni la del siglo XVIII, ni la del XIX, ni la anterior a la Primera Guerra Mundial, ni la del periodo de entreguerras, ni la inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial. Hay diferencias y matices que han ido perfeccionando el sistema, pero hay dos constantes. La primera, lo novedoso e incipiente que es siempre el modelo democrático por mucho que el nombre sea el mismo, por lo tanto, no es tan sólido como parece y siempre tiene algo de experimental. Y segundo, que siempre ha habido quien ha querido laminarlo para que se impusiera otra cosa.
Donald Trump y su historial, Miley, la extrema derecha de Hungría y Polonia, Putin, Israel, Italia, el Brexit y el ataque a las instituciones y a la propia Constitución del Partido Popular en España en una continua y creciente verborrea antisistema. Todo esto ¿son casos aislados? ¿Estamos asistiendo a un movimiento de la derecha para imponer un nuevo orden?
La gran pregunta del movimiento Ilustrado, ese al que hay que remitirse una y otra vez, es si la vida que tenemos es digna de ser vivida. Una respuesta podría ser que sí y otra que sí, pero sigamos avanzando. Hoy en día tengo la sensación de que alguien ha dado una respuesta negativa a la pregunta y no para avanzar radicalmente, cuidado con tomar los cielos por asalto que muchas veces es todo lo contrario, sino para retroceder. Y que no es tan inocente la coincidencia de mensajes de esa amalgama de derechas y extrema derecha, que parecen haber coincidido en un nuevo ideal.
Un orden nuevo parece asomar por el horizonte, un orden que tiene toda la pinta de no ser tan nuevo sino viejo, muy viejo. Aquel que tutelaba dogmáticamente al ser humano, que no debía pensar sino dejar que lo hicieran por él. El que está representado por los nacidos para mandar, porque el poder les pertenece por designio divino o porque siempre ha sido así. De los que miran con desprecio al otro. De los que no entenderán jamás que la mejor vida, el mejor conocimiento, la felicidad sólo tiene sentido y cabida en compañía de los otros, convivir con los diferentes “yo”. En resumen, de los que creen que sólo ellos merecen algo y que los demás se lo debemos.
La Historia está llena de señales, de advertencias. Para empezar, que jamás tengan la comodidad de nuestro silencio.