Hace ya mucho tiempo que le doy vueltas a una idea que quisiera compartir y de la que no desisto, aunque sospecho que deberá pasar todavía mucho, mucho tiempo antes de que pueda llevarse a cabo.
Les pongo en antecedentes. No les descubro nada si les digo que ver mundo es bueno, y que siempre es mejor verlo que no verlo, dentro de las posibilidades de cada cual, por supuesto. Hay tantas cosas que ver, que probar, que compartir… Me centraré en una cuestión: los lugares de memoria. No conozco país que no los tenga. Desde los museos de la costa de Normandía dedicados al desembarco hasta los memoriales de la Primera Guerra Mundial que se extienden del Atlántico a la frontera suiza; los museos de historia europea (no se pierdan el de Bruselas), los dedicados al Holocausto, las placas en recuerdo de los resistentes italianos, los que jalonan el Mall de Washington y todos aquellos que ustedes quieran añadir.
España posee una riqueza museística envidiable, y todos podemos citar sus grandes museos. Sin embargo, adolece de lugares de memoria. Personalmente —y con cierta envidia de otros países— echo de menos una institución, llámese museo, memorial o centro de estudios, dedicada a nuestra historia reciente y, en concreto, a la Guerra Civil. Si coincidimos en que aquel fue el acontecimiento que marcó de forma indeleble nuestra historia contemporánea, ¿por qué no se construye, organiza y difunde desde parámetros historiográficos, sociales y culturales? Una institución así podría integrar, bajo un mismo paraguas, los lugares donde tuvieron lugar los principales episodios del conflicto: desde el Ebro hasta el Jarama, sin olvidar Paracuellos. La historia es la historia. Dignificarlos, como se ha hecho con los frentes de la Primera Guerra Mundial —tan desconocidos y tan dignos de ser visitados—, sería un acto de memoria y madurez colectiva.
Una manera de que ese 20 % de jóvenes que creen que la dictadura “no fue tan mala” se reduzca. Pero me temo que ahí está el problema: una propuesta así sería tachada de inmediato de guerra civilista, divisoria, sectaria, adoctrinadora, manipuladora, liberticida… y, por supuesto, inspirada por ETA y por Maduro. Ese es, precisamente, el problema. En todos los lugares que he mencionado de Europa y Estados Unidos, el triunfo fue de la democracia, y por eso no existe conflicto alguno en recordarlo. En España fue al contrario: el fascismo ganó la guerra, y los vencedores ocuparon el poder absoluto durante cuarenta años.
La derecha española no nace del descalabro del fascismo ni de la mala conciencia de los conservadores por haberlo apoyado en los años treinta —y, por tanto, en la necesidad de rectificar—. Nace de la victoria. ¿Cómo va a permitir, entonces, la existencia de una institución que estudie de forma historiográfica aquella cuestión sin justificar la “necesidad” que tuvieron de salvar España?
Aquí lo dejo. Si creen que es una buena idea, vamos a por ello. Es más, pienso que Barcelona sería un buen lugar para albergarla.




