Ya saben los que leen esta homilía semanal que mi oficio es el de la Historia.
Nunca hablo de lo que no sé porque entonces no es más que una especulación sin fundamento. La opinión, al menos, debe ser sustentada y cuanto más lo sea más se acercará a la información y a eso que llamamos el conocimiento.
Considero la posibilidad de que partamos de un error de base y es que la democracia es el sistema político indiscutible, el fin al que conduce inexorablemente el destino, el objetivo de todo pueblo, estado o lo que quieran, que se precie. Un sistema que pensamos encarna lo mejor de la humanidad y que garantiza y ampara los derechos humanos. Pero ¿y si no fuera así? No porque sobre el papel esa sería una definición de democracia, sino porque no es una necesidad, ni siquiera un deseo de muchas, millones de personas cuya pulsión política es el deseo de una autoridad pura y dura.
Si recurrimos a la Historia veremos que la mayoría del devenir humano ha sido gestionado por autoritarismos de diferente tipo. La democracia es una recién llegada a este mundo. Considero la posibilidad de que se equivoca quien piense que es el sistema político natural e indiscutible. Si algo he aprendido en mi oficio -y ya he hablado de ello alguna vez- es que una cosa son los fulgurantes cambios científicos y tecnológicos y otra los cambios mentales. Incluso aquello que parece imparable, como por ejemplo la extensión del liberalismo tras la Revolución Francesa… Si alguien piensa que la forma de vivir y pensar de los siglos anteriores se borra de un plumazo está muy equivocado. Es más ¿cuántos pensarán que por qué cambiar? ¿Cuánto de aquella pulsión autoritaria impregna ideologías que en apariencia no lo son? Por ejemplo, la confusión entre liberalismo y democracia. Los ultraliberales están encantados con eso de que “el pueblo salva al pueblo”, que se está oyendo últimamente. Nada mejor para liquidar el Estado del Bienestar creado al amparo de la democracia, una clara reminiscencia del pensamiento predemocrático.
Los últimos acontecimientos han puesto de manifiesto la poca cultura política que hay incluso en lugares donde no lo sospechábamos. Muchos, demasiados, no conocen las instituciones democráticas y, lo que es peor, las consideran inútiles o simplemente eliminables. Hay un mundo sin ellas que nos espera con lo brazos abiertos. El mundo de la libertad dice a lo que deberían llamar darwinismo social (Darwin no tiene la culpa)
Una ciudadanía democrática debe poder confiar y debe confiar en sus instituciones y contribuir a su mantenimiento porque son las que pueden garantizar su libertad, en el sentido que debe tener y que no es otro que ir acompañada de la igualdad y la solidaridad, y su bienestar.
No vivimos en un país que se caracterice por tener formación política en las escuelas, por lo menos hasta ahora en que hay materias en las que empieza a paliarse. Pero lo que sí es seguro es que la pulsión antidemocrática española y mundial existe y quizás, espero que no sea así y empeñaré en ellos mis modestos esfuerzos, sea tarde. Asusta ver la juventud de los grupos de extrema derecha, asusta pensar que son los que cogen sin dudar los votos de esos grupos en un ejercicio de autodestrucción. Asusta pensar que idea tienen del mundo, porque la tienen. Y asusta ver cómo actúan cuando se les señala un objetivo.
No sólo es cuestión del conocimiento del funcionamiento democrático es también la asunción de sus fundamentos, sus dogmas si se quiere, de su ética. Asistimos como espectadores a lo que se llama desprestigio institucional, pero ¿cómo se hace? Con el insulto, la negación del diálogo político, la acusación permanente, el bulo, la calumnia, el sembrar cizaña, se decía antaño. Porque la maldad existe, y hay malas personas que no tienen cargo de conciencia si consiguen sus objetivos, que no tienen reparos en justificar lo injustificable, incluso la muerte. Un continuo ir hacia adelante que estrecha caminos y miras, el mundo que pisan es suyo y de nadie más.
¿Hay receta para enfrentarse a todo esto que ya está aquí? No lo sé. Lo único que me da seguridad es nuestro pasado de más de ciento cuarenta años, un pasado de convicciones de acero, de organización y de audacia. Y de haber tenido el honor, y el orgullo y lo repetiré mil veces y lo explicaré mil veces más de haber sido el único país que se enfrentó a la bestia cuando comenzaba a ser una amenaza barriendo Europa de esta a oeste. Algo que debe darnos fuerza porque no lo duden, tenemos la razón.
Hoy más que nunca el lema que nos legó el compañero presidente Salvador Allende, “el partido es hogar, escuela y trinchera”.