La RAE expone en su primera acepción el significado de concordia como conformidad y unión.
Durante estos últimos días, hemos comprobado con pavor como, una tras otra, diferentes comunidades autónomas han suprimido leyes autonómicas de memoria histórica, reemplazándolas por las mal llamadas “leyes de concordia”.
Castilla y León ha visto incluido como lugar de memoria y protección la llamada “pirámide de los italianos”. Un monumento fascista dedicado a los miles de fascistas italianos llegados a la Guerra Civil y que colaboraron en la muerte de miles de españoles que luchaban por la libertad y la democracia. Además, el monumento celebra a los caídos en la batalla por Cantabria, por tanto, una acción ni siquiera ocurrida en la actual comunidad. En otros lugares, como en Aragón, el gobierno autonómico ha eliminado de su propuesta de ley el mapa de las fosas de la Guerra Civil: “ojos que no ven, corazón que no siente”.
Pero podemos profundizar más en su concepto de “concordia”. En las esperpénticas ruedas de prensa en Valencia, algunos responsables políticos han equiparado por ley autonómica los crímenes de la dictadura, sin mencionarla como tal en ninguna comunidad, a los crímenes cometidos por el frente popular desde 1931. Cuando al conseller Vicente Barrera se le ha recordado que el frente popular no existió hasta 5 años después de esta fecha, el ex-torero recalco su ignorancia al afirmar “No estamos para dar una clase de historia”.
Estas declaraciones revelan los puntos claves de esta ofensiva revisionista con claros toques fascistoides: impedir educar a las nuevas generaciones de nuestro país en su propia historia. Silenciar los episodios nacionales que arrastraron a este país a una guerra civil y una dictadura con cientos de miles de muertos, miles de represaliados y otras tantas personas exiliadas fuera del país que las vio nacer tan solo por sus ideas.
Cuando la derecha del Partido Popular y la extrema derecha de VOX refieren a la “concordia” realmente tratan de manipular y esconder el pasado. El caso de Aragón es una gran evidencia de ello. Para ellos la concordia consiste en olvidar a la fuerza los muertos, en afirmar que no había ni buenos ni malos. La concordia es asegurar que un gobierno legítimo y democrático como la segunda república, de alguna manera, “mató también a mucha gente”. Pero, sobre todo, su concordia consiste en dejar de banda que Franco fuera un dictador, tan solo “un gobierno autoritario” como cualquier otro.
Su concordia en materia de memoria democrática, en definitiva, consiste en tergiversar el pasado y que asumamos a la fuerza sus planteamientos. Es nuestra responsabilidad democrática oponernos a su “concordia”. No podemos, ni debemos, olvidar una dictadura de 40 años ni los cientos de fosas de la guerra y miles de represaliados. Nuestro país solo podrá seguir avanzando al unísono con una concordia real, siendo capaces de mirar a nuestro pasado colectivo y ver el reflejo que este nos devuelve.
Para que la ciudadanía pueda estar conforme y unida, debe conocer su historia y su pasado. Un pasado con sus crudezas y dignidades restauradas, lejos de idealizaciones que responda a al gusto de un solo bando, donde se invisibilice y criminalice a otra sin pruebas ni mitos. Todo lo que quede fuera de esto nunca resultará en concordia, tan solo en puro revisionismo histórico.