Qué nadie se sienta ofendido, respeto profundamente la edad y el conocimiento que otorga la experiencia. Encabezo así este artículo porque es tal y como el gran maestro universal, Francisco de Goya, tituló el cuadro. Una obra parte del legado de las pinturas negras, descripción brutal y descarnada de España y del interior desencantado y pesimista del pintor.
Alguno se dará cuenta de que esto va por el, llamémosle, debate entre los dos presidenciables de USA, Joe Biden y Donald Trump. Mucho se ha dicho sobre los balbuceos presidenciales y ese fue el titular del día siguiente de la gran mayoría de los medios conocidos. Sin embargo, el titular iba acompañado de la sarta de mentiras que el otro soltó, parece ser que una por minuto. Pero el titular era los problemas de Biden, no las falsedades de uno que quiere volver a ser presidente de USA.
A mí personalmente me preocupa más esto último, Que una persona mayor tenga problemas no es noticia, aunque sea presidente de Estados Unidos. Es lo normal… ¿Qué no debería presentarse? Eso es cosa del Partido Demócrata… Lo grave es que el candidato mienta sin vergüenza, rubor ni propósito de enmienda. Eso no es una enfermedad, es “el fin justifica los medios”. Es el tirano en estado puro al que no le importa nada con tal de conseguir sus fines.
La ética forma parte indisoluble de la política, porque si no está, ya no es política, es otra cosa. Y esa otra cosa amenaza al mundo, lo ha amenazado y lo amenazará.
Que una persona mayor balbucee o pierda el hilo de la conversación, fue lo más reseñable. Sin embargo, que Trump no tenga líneas rojas se asume como lo “normal”, no merece más atención. El problema es la salud de Biden, que lo es. La perversión de la política del otro, no.